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jueves, 13 de diciembre de 2012

¿Belleza o funcionalidad?

    Esta entrada esta dedicada a uno de los arquitectos más reconocidos de Brasil: Oscar Niemeyer. Recién fallecido con 104 años en Río de Janeiro, siempre estuvo activo hasta el final de sus días, nunca dejó su profesión de lado y proyectó sin cesar. Por esta razón considero un gran momento para hablar sobre el gran artista. 



          Estando algún tiempo en Brasil, me sorprendió escuchar a muchas personas un sentimiento de amor-odio hacia el arquitecto. La gran mayoría opinan que sus edificios son muy bonitos y sorprendentes al exterior, pero poco funcionales en su interior. Sin embargo, contraria a estas opiniones, defiendo la filosofía de este arquitecto: crear auténticas piezas escultóricas convertidas en arquitectura y no solo un cubo con cuatro paredes con alguna función. Pienso que Niemeyer realmente fue uno de los pocos que unió el arte de su tiempo con su gran pasión arquitectónica en busca de múltiples formas innovadoras y desconocidas y que realmente consiguieron ser atemporales. Gracias a su fiel compañero, el hormigón armado, pudo proyectar todo tipo de formas y estructuras nunca antes vistas, como por ejemplo, la curva. Por otra parte, el blanco, color puro capaz de proyectar todos los colores que existen.   

 Así que, me atrevo a confesar que soy una gran defensora de sus pensamientos de crear complejos de una belleza excepcional que no solo son bonitos por si mismos, si no que también embellecen todo su entorno y manifiestan esa búsqueda de todo arquitecto, o eso pienso, en conseguir un elemento excepcional en si mismo, que embellece a su entorno.

Dejemos la arquitectura aburrida y monótona en la que la mayoría de las personas tenemos que convivir, y abramos mas la mente hacia el futuro. Niemeyer ya lo había prevenido desde los inicios de su carrera hacia los años cuarenta, proyectando edificios que parecen haberse construido hace algunos pocos días. 

     Bye Bye maestro...



miércoles, 11 de enero de 2012

¡Ciudad Maravillosa!


Mi último viaje en el 2011 fue a Rio de Janeiro. Sin duda, una de las ciudades con más encanto de Brasil y Latinoamérica.

Al llegar, no pude evitar relacionarla con mi ciudad natal, Caracas. Sin embargo, el hecho de desarrollarse frente al mar, hizo que le encontrara un encanto único. Desde el corcovado se puede observar montañas con formas singulares, que llamaban mucho mi atención y en especial, el pan de azúcar.




En cuanto a diseño, lo que más me gusto fueron las cabinas de teléfono que encontré por toda la ciudad.
 A pesar de las risas que escuchaba al decir estas palabras a los cariocas, por lo antiguo que son y el simple hecho de fijarme en algo tan inusual, para mi resuelven todas las necesidades de una cabina de teléfono como privacidad al hablar y un cubrimiento de la lluvia en una forma circular deformada. 
Esto permitió crear un objeto inteligente, económico y estético. Basta con recordar que el buen diseño se encuentra en lo sencillo y no ostentoso. A parte de darle un toque bonito a la calles.

 ¡Bravo a la persona que los haya inventado!


Tras los años que resido en Madrid, había olvidado lo que era apreciar la naturaleza en su máximo esplendor. Una vegetación que crece de forma desordenada, paisajes de playas llenos de azules que se unen al verdor de las montañas, hacen una mezcla de colores llenos de vibración y vida, como también en las calles y las personas. Así, entendí que hay que apreciar siempre las cosas que tenemos que nos rodean. Muchas veces, no sentimos ningún interés adicional en ellas porque las vemos a diario y ya forman parte de nuestras vidas. Al  alejarte de ellas y las aprecias desde fuera, despiertan un nuevo interés que hace verlas aún más bonitas que antes. A veces hay que distanciarse para poder ver con otros ojos la vida, aprovechar los momentos que nos ofrece y las oportunidades de vivir en sitios que son auténticas ciudades maravillosas, como en este caso, Río de Janeiro.